viernes, 22 de mayo de 2009

CARTA ENCÍCLICA GAUDIUM ET SPES ( 7 de Diciembre/1965)


DEL PAPA PABLO VI SOBRE LA IGLESIA EN EL MUNDO ACTUAL
RESUMEN


El texto nos expone con claridad la verdadera naturaleza de la autonomía de las cosas terrenas y subrayar que lo profano, tiene sus valores intrínsecos que el hombre tiene que conocer, ordenar y utilizar.

El texto quiere dejar bien claro el alcance de esta autonomía de lo temporal con dos puntos: a) Las cosas creadas, las sociedades, etc, tienen sus propios fines, leyes, medios y valor. Es Dios mismo quien ha dado a todas las cosas su manera de ser, sus propias leyes y un orden determinado. b) El hombre tiene el deber de aprender a conocer el modo de utilizar y organizar estas leyes, de respetar estos valores y conocer el método propio de cada una de las ciencias y las artes. Esa capacidad del hombre de utilizar y organizar las leyes físicas de la naturaleza, sabiendo respetar los valores de la creación, le da la garantía a la Iglesia de que es posible interpretar los “signos de nuestro tiempo” buscando la plena realización del hombre.

Por consiguiente, la justa autonomía reclamada por los hombres de nuestro tiempo responde perfectamente a la visión de Dios sobre el ser humano, que lo ha constituido como responsable de la creación y le ha dado facultad para someterla (Cf. Gn. 2) y responde además a la voluntad de Dios, que desea que su Iglesia emprenda un proceso de diálogo y apertura para una adecuada pastoral y evangelización del mismo. Ese querer divino debe ser descubierto adecuadamente en el proceso histórico de la humanidad y de la Iglesia y en la interpretación de los “signos de los tiempos”. El reconocimiento de la Iglesia de la justa autonomía de las realidades terrenas y su valor dentro del plan de Dios, como instrumento de edificación de una fraternidad universal, representa también un “signo de nuestros tiempos”.

El capítulo IV se presenta como el resultado de todo sobre lo que se ha venido reflexionando anteriormente: la dignidad del ser humano, la comunidad humana, la actividad humana en el mundo. Estos tres primeros capítulos se estructuran como pilares del cuarto capítulo que enfatiza el importante papel que juega la Iglesia en el mundo contemporáneo y por consiguiente su respuesta a los “signos de los tiempos” planteados anteriormente. Y lo confirma de modo más concreto al comienzo del mismo capítulo:

Este capítulo responde a la necesidad de presentar a la Iglesia a los ojos del mundo y sirve de prólogo a la segunda parte, en el que la Iglesia se pronuncia de forma directa sobre los problemas concretos del orden temporal más vitales para el hombre de hoy. Su objetivo es, por tanto, hablar de la Iglesia en cuanto que contribuye a la dignificación del ser humano y su protagonismo en la construcción y progreso de la comunidad social y el dinamismo humano sobre la historia terrena. El pueblo de Dios ha de manifestar su comunión con el mundo en el que está presente.

Lo que se quiere ver en este capítulo es cómo la vida de los cristianos está inseparablemente unida a las realidades mundanas y cómo la fe no puede ni siquiera subsistir si no está bien unida con la existencia diaria.

La función de la Iglesia en el mundo actual, de identificar, discernir y ofrecer respuestas convincentes a las preguntas del hombre contemporáneo y los “signos de nuestro tiempo”, es de vital importancia para una adecuada interpretación de la voluntad de Dios que busca la realización plena del ser humano.

El cuarto capítulo, enfatiza el deber y responsabilidad de la Iglesia de abrirse al mundo moderno, ver y escuchar los problemas del mismo y ofrecer respuestas a las grandes interrogantes, se presenta también como plataforma para el contenido que ocupará la segunda parte de su estructura en cuanto a temas concretos y urgentes para el hombre, como el matrimonio y la familia (No. 47 – 52), la cultura (No. 53 – 62), la vida económico – social (No. 63 – 72), la comunidad política (No. 73 – 73) y los problemas de la paz y la cooperación internacional (No. 77 – 90). Se trata de tareas específicas que a todos competen en la Iglesia y que deben ser llevados a cabo por medio del diálogo (GS 91 – 92) y a la luz del fin de la creación.

La Iglesia es consciente de las diferentes amenazas que atentan contra la estructura familiar – matrimonial, y su sentido cristiano. Es por ello que debe estar abierta y sensible a las diferentes manifestaciones, nuevas concepciones y prácticas de esta vocación, que está llamada a la santidad y a la realización humana plena.

Entre estas nuevas concepciones y experiencias matrimoniales que se constituyen “signos” de nuestro tiempo, aparecen con mucho énfasis hoy en día, problemas de paternidad irresponsable, métodos anticonceptivos opuestos a la promoción de la vida, el hedonismo y el placer egoísta en la intimidad conyugal, proyectos de vida matrimonial que tienden a ignorar la fecundidad como elemento integral del proyecto matrimonial, todos, “signos” actuales de nuestros tiempos.

La postura de la Iglesia hasta ahora ha insistido en que la finalidad del matrimonio debía estar en función de la fecundidad y la construcción de la familia, es decir que el fin primario del matrimonio es la procreación de los hijos y su educación:

“Por su propio carácter natural, la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole” (GS. 48).
Para que el matrimonio subsista, afirma que, tanto el amor como el matrimonio mismo, tienden a la procreación, porque el amor tiende a la unión de los esposos, tanto física como espiritualmente, y esta unión lleva una ordenación a la procreación.

El tema de “la cultura” da continuidad, de alguna manera, al tema de la justa autonomía de las realidades terrenas que se desarrolla en el capítulo tercero de la primera parte del documento conciliar, en el que se hace énfasis en el importante protagonismo del ser humano como autor y artífice de las realidades del mundo contemporáneo y su llamado a construir una fraternidad universal desde la autonomía de las realidades terrenas, autonomía que gozan respecto de la religión y que la Iglesia está invitada a respetar.

1 comentario:

  1. El documento Gaudium et Spes No es Encíclica, sino un documento del Concilio Vaticano II.

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